domingo, 22 de octubre de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy domingo, 22 de octubre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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sábado, 21 de octubre de 2017

[A vuelapluma] Especial Cataluña: La llave de la casa es de todos, no solo vuestra





Tsevan Rabtan es el seudónimo de un polemista y polémico escritor y jurista español, inclasificable dentro de la fauna escribidora nacional. Hace unos días publicaba en el diario El Mundo un valiente artículo sobre la democracia, la libertad y el concepto de ciudadanía que comparto plenamente. Ni que decir tiene que es el mejor análisis que he leído en mucho tiempo sobre lo que está pasando en Cataluña. Y por supuesto, de la solución del problema, que no es otra que garantizar el imperio de la Constitución y de la ley, sin contemplaciones, componendas ni paños calientes. Caiga quien caiga. Y cuando se haya garantizado lo anterior, cambiamos todo lo que haya que cambiar, pero todos juntos, porque como dice el autor del artículo la llave de la casa, de España, es de todos los españoles, no del gobierno, ni del parlamento, ni de los políticos, ni mucho menos de los independentistas catalanes, ni de los pirómanos lunáticos de Podemos y sus compañeros de viaje: ¡ES DE TODOS! ¿Queda claro? ¡DE TODOS!...

Luis Felipe I de Francia, comienza diciendo, pocos meses antes de la revolución que lo destronó, era como el hombre que se niega a creer que su casa está en llamas porque lleva la llave en el bolsillo. Esta frase de Tocqueville, descripción de la inacción del monarca, podría valer para el Gobierno de Rajoy, si no fuera porque ni la casa es de Rajoy, ni el presidente del Gobierno, por importante que sea su puesto, tiene la única copia de la llave. Esa es una más de las ventajas de la democracia, aunque los ciudadanos nos olvidemos a menudo de ello. El Estado democrático nos pertenece, nuestra escritura se llama Constitución y ordenamiento jurídico, y los poderes públicos son sus administradores. No son los diputados, ni los ministros, ni los líderes de los partidos, ni los jueces los que deciden sobre qué se puede hablar o cómo o sobre qué se puede decidir. Son los ciudadanos. Pero cuidado con la simplificación. El de ciudadano es un concepto a menudo malinterpretado. Muchos creen que se identifica sin más con los individuos concretos, hombres y mujeres. Pero esto es un error. La ciudadanía no es simple resultado del nacimiento, de la existencia, sino que es algo más: es un producto de la ley. Sin el edificio legal, no somos ciudadanos. La ley democrática nos protege del Estado, a los unos de los otros y a todos de las veleidades de las tiranías mayoritarias, de la turba. Por eso son ciudadanos, lo siguen siendo, aquellos que trabajaron para construir nuestra democracia, aunque hayan muerto; por ello se comportan como si no lo fueran los que nos pretenden expropiar del derecho a que cualquier cambio legal se efectúe únicamente conforme al procedimiento establecido en la propia ley. Nuestros padres siguen vivos en lo que construyeron y nosotros, como sus herederos, asumimos todos los derechos y todas las obligaciones que nos legaron: entre ellos el de hacer política, incluyendo el cambio de la ley, solo dentro de la ley. Nuestra obligación es ceder este patrimonio intacto y enriquecido a nuestros hijos. Por desgracia, llevamos mucho tiempo permitiendo que el ácido corroa los cimientos. Los primeros que lo esparcieron fueron los políticos corrompidos que se creían impunes, hasta el punto de trasladar esa creencia a muchos de nuestros conciudadanos. El daño ha sido terrible. Más tarde se unieron los que vieron en la última crisis la oportunidad de destruir el sistema desde dentro, utilizando la mentira, la exageración y la propaganda sentimental al hacerse pasar por la supuesta voz del pueblo o de la gente, esa inexistente construcción populista. Los últimos han sido los secesionistas, los seguidores fanáticos de la religión nacionalista, el peor cáncer padecido por Europa, causa de la muerte de millones de personas.

En todos los casos citados, hay un elemento común: el incumplimiento de la ley. Pero en los dos últimos, el incumplimiento no es vergonzante. El corrupto intenta que no le pillen, es clandestino. Cuando le cogemos con las manos en la masa y actúa la justicia, la enfermedad no contamina al sistema sino que lo hace más fuerte. Pero esta profilaxis es imposible cuando el que lo socava se enorgullece de ello y actúa abiertamente. Por esta razón, si la discrepancia no es simplemente ideológica o programática dentro de los límites de las instituciones que nos amparan, sino que afecta a su misma existencia, el diálogo no solo es peligroso, sino que es moralmente reprobable. El diálogo político y civil solo debería admitirse con quien nos reconoce como iguales, como ciudadanos, con quien no se atribuye privilegios. Si hoy hay un golpe de Estado en Cataluña y una masiva comisión de delitos y tropelías, no lo es por falta de diálogo, sino por la corrupta idea de que es admisible discutir y pactar con los que incumplen abiertamente la ley. Esa idea se ha ido instalando y llevando a la práctica, y ha alimentado un proceso en el que unos diseñaban una voladura de nuestro sistema, mientras los otros se parapetaban atemorizados detrás de simples declaraciones de intenciones, aplazando la respuesta. La casa es nuestra. Las normas que nos dimos los españoles no pertenecen a los políticos sino a todos. Todos, uno a uno, somos los dueños del proceso de cambio constitucional y de las libertades que nos protegen. Por eso, los que queremos que la ley se cumpla teníamos y tenemos derecho a que no se utilizase tácticamente, como una simple posibilidad cuando es un imperativo. Sin embargo, muchos han jugado al realismo para aparentar una cínica sofisticación: nos han dicho que una ley inconstitucional puede ser constitucional si nadie la recurre, aunque hieda. O que un Gobierno puede utilizar, en fraude de ley, por la puerta trasera, mecanismos abiertamente inconstitucionales como un referéndum que tuviese por objeto una modificación de la propia Constitución, sin utilizar el procedimiento previsto, para construir una legitimidad amorfa que justificase una especie de automatismo posterior. 

Esa discrecionalidad ya ha sido una corrupción de baja intensidad. Si el Gobierno de España y el Senado hubieran cumplido su obligación hace dos años, cuando se aprobó en el parlamento de Cataluña un plan secesionista y golpista, y hubieran aplicado el artículo 155 de la Constitución, no habríamos tenido que presenciar como algunas autoridades del Estado y servidores públicos se apropiaban, el infame 1 de octubre pasado, de nuestra casa común, que no es el territorio, las piedras, los ríos o las cordilleras, o una parte de ellas, ni siquiera sus lenguas, sus tradiciones o sus costumbres. La casa común es una idea, una patria intelectual, un reglamento para la discusión ordenada y civilizada.

En Vencedores o vencidos, la película de Stanley Kramer, el arrepentido juez nazi, Ernst Janning, le pide al hombre que lo ha condenado a prisión que le crea cuando dice que nunca quiso que se llegase a eso, a los millones de muertos del nazismo. «Se llegó a eso, Herr Janning, la primera vez que usted condenó a muerte a un hombre sabiendo que era inocente», responde el personaje protagonizado por Spencer Tracy. Esta frase es falsa porque es literatura. Sin embargo, nos dirige hacia una verdad: cada vez que cedemos y aplicamos laxamente o inaplicamos la ley porque pensamos que conviene o porque alguien pide que se atienda a sus sentimientos o deseos, debilitamos la estructura. Un día, el edificio no resiste más y se hunde, aplastándonos. Ese día dejamos de ser ciudadanos y nos convertimos en tribu.

Si queremos que nuestra patria intelectual resista no podemos ceder a la tentación de pactar que la ley no se aplique para evitar supuestos males mayores, convirtiendo a los golpistas en interlocutores y cediendo al chantaje. Se supone que esta enseñanza la habíamos comprado pagando un enorme precio histórico, pero la infantilización galopante producto de las expectativas frívolas de generaciones que no han tenido una experiencia directa del autoritarismo han extendido paradigmas estúpidos y peligrosos. Naturalmente, la inercia de la realidad siempre se impone, pero la pregunta es si vamos a dejar que se imponga por su empuje bruto o vamos a encauzarla. En ambos casos habrá sufrimiento. Esto no es un videojuego; no va a salir gratis. Lo único que aún podemos limitar es el coste. Si aplicamos la razón y restauramos la ley ya, sin concesiones, el coste será menor aunque inmediato. Si dejamos que la gangrena aumente y enviamos el mensaje de que alguien va a beneficiarse de saltarse la ley, el coste será mayor y se extenderá por generaciones. Yo defiendo que actuemos como adultos.Tsevan Rabtan es autor de Atlas del bien y del mal 



Dibujo de Javier Olivares para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[A vuelapluma] Mejor juntos





Mejor juntos, pero se han dinamitado tantos puentes que la única salida es emocional y decir lo mucho que queremos a Cataluña. Desde fuera era el ejemplo de nuestras aspiraciones, un modelo, una ventana de aire fresco hacia la modernidad, dice en El País Ignacio Urquizu, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y diputado del PSOE por Teruel en el Congreso.

La crisis territorial, comienza diciendo, se ha corrompido tanto que en estos momentos se encuentra en su última y más dolorosa fase, que es la más difícil: la emocional. Se han dinamitado tantos puentes, se han producido tantas heridas que en el imaginario muchos catalanes ya han desconectado del resto del país. Sus sentimientos hacia España son tan negativos que la tarea que tenemos por delante es titánica, aunque no imposible. Solo tenemos una salida aquellos que queremos seguir viviendo juntos: decir lo mucho que queremos a Cataluña.

Me siento orgulloso de pertenecer a una zona de Aragón limítrofe con Cataluña. Desde que soy pequeño, he oído en muchos de esos pueblos aragoneses hablar catalán. Es parte de su cultura, una cultura que se ha pasado de padres a hijos durante siglos y que ha resistido a monarquías absolutistas o a dictaduras. No concibo la cultura catalana sin la poesía de Desideri Lombarte (Peñarroya de Tastavins, Teruel). De la misma forma que el cardenal y arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, se puede dirigir a sus feligreses en catalán gracias a que nació en Cretas (Teruel).

Pero si desde fuera de Cataluña hemos sido capaces de traspasar las fronteras imaginarias que algunos tratan de levantar, desde Cataluña ha llegado en muchas ocasiones el aire fresco que necesitaba España. Juntos hicimos frente a los que querían imponer una dictadura en nuestro país. No tuvimos mucho éxito en frenar la llegada del franquismo. No obstante, no es casualidad que una de las batallas donde más combatientes participaron en la defensa de la República fue la batalla del Ebro. Entre la Tierra Alta de Tarragona y la zona oriental de la provincia de Zaragoza, 100.000 hombres del Ejército del Ebro, entre los que estaban los más jóvenes, la quinta del biberón, trataron de impedir la caída de Cataluña. Es difícil cuantificar el número de bajas, pero decenas de miles de españoles perdieron la vida en aquellos meses de 1938.

Cuando años después la democracia llegó, dos de los siete padres de la Constitución fueron catalanes. Ellos sentaron las bases de nuestro sistema político. Fueron capaces de llegar a acuerdos y establecer unas reglas del juego que han permitido la convivencia durante casi cuarenta años. Pero no solo eso: tras un intento de derribar la incipiente democracia por parte de militares golpistas el 23 de febrero de 1981, fue un catalán, Narcís Serra, quien modernizó y democratizó nuestras Fuerzas Armadas. Y cuando decidimos construir un Estado del bienestar como el resto de países desarrollados, fue también un catalán y socialista, Ernest Lluch, quien sentó las bases del sistema nacional de salud.

La modernización de nuestro país llegó tarde, pero no se entendería el salto de calidad que dio España en la esfera internacional si no es gracias a la Barcelona de Pasqual Maragall y los Juegos Olímpicos de 1992. Muchos dicen que han sido los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Lo cierto es que el mundo nos miró con admiración y vio un país moderno y abierto, muy distinto a la imagen que había construido el franquismo de nosotros. Es indudable que, de nuevo, Cataluña contribuyó a que España fuera respetada y apreciada más allá de sus fronteras.

Nunca podremos entender nuestra cultura sin las canciones de Joan Manuel Serrat o Lluís Llach, sin las novelas de Juan Goytisolo o sin las películas de Vicente Aranda. Fue un catalán, Pere Portabella, quien produjo una de las obras maestras del cine español: Viridiana, de Luis Buñuel. Pero la aportación de Cataluña a nuestra cultura es impagable, y no solo por la gran cantidad de cantantes, escritores o directores de cine catalanes que producen sus genialidades, sino porque su lengua, el catalán, es ya parte de nuestra riqueza cultural. Somos un país que es capaz de sentir, amar, soñar o emocionar en varias lenguas. Frente a la homogeneidad de otras sociedades, nosotros siempre hemos vivido en la diversidad cultural y emocional. Será por ello por lo que los españoles aparecemos en muchas encuestas internacionales como los más tolerantes en valores.

Cada vez que debatimos sobre investigación, desarrollo y universidad, siempre aparece Cataluña en el horizonte. Programas como ICREA, centros como la Pompeu Fabra o la Universidad de Barcelona y académicos como Andreu Mas-Colell o Joan Massagué son ejemplos a seguir. Si queremos transformar nuestro modelo económico y fundamentarlo en la innovación, debemos mirarles con mucha atención y aprender de lo que están haciendo.

En definitiva, desde fuera de Cataluña somos muchos los que la hemos admirado, puesto que representaba lo que queríamos para el resto de nuestro país. La veíamos como un ejemplo de nuestras aspiraciones, como un modelo a seguir, como una ventana de aire fresco hacia la modernidad. Quizás, por estar más próximos a Europa, sabíamos que muchas de las soluciones a nuestros males vendrían desde Cataluña. Y como se ha visto en estas líneas, así ha sido en innumerables ocasiones.

Nosotros también hemos contribuido modestamente a una parte del éxito catalán. Aquello que más valor tiene en un territorio, las personas, emigraron a tierras catalanas en busca de un futuro mejor. Muchos de ellos encontraron lo que buscaban, un proyecto de vida, y se quedaron. Mientras en la España del interior perdíamos nuestra mayor riqueza, nuestra población, seguíamos mirando a Cataluña como ese lugar que aspirábamos a emular.

Somos muchos los que queremos y admiramos lo que Cataluña representa para España. Pero en unos momentos donde la fractura social ha alcanzado una brecha inimaginable, es cierto que va a ser necesaria una alta dosis de emoción y afecto. Aquellos que creemos en sociedades abiertas y plurales, no vamos a descansar hasta restaurar la convivencia. Creo en una sociedad donde puedan compartir el espacio público personas tan distintas como Gabriel Rufián y Rafael Hernando. Y no es una quimera. Lo que algunos tienen que empezar a entender es que se puede querer a España sin ser de derechas, de la misma manera que se puede querer a Cataluña sin ser independentista. Es cierto que el desenlace pasa por defender el orden constitucional, pero la solución no es solo jurídica. La fractura social es tan seria que va a ser necesario algo más que la aplicación de las leyes. La empatía, la tolerancia y la concordia son valores ahora muy necesarios. Las sociedades son fuertes cuando gentes que piensan de formas muy diversas conviven juntas, concluye diciendo Urquizu.



Dibujo de Nicolás Aznárez para El País



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[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "Diez años después" (Anónimo indio)






El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de "Cuentos para la edad adulta" con el titulado Diez años después, que forma parte de la cultura tradicional india. Durante las próximas semanas voy a ir subiendo al blog narraciones anónimas del folclore y la cultura universal.  Les dejo con:


DIEZ AÑOS DESPUÉS
(Anónimo indio)



El monarca de un reino de la India tuvo noticias de que había en la localidad un faquir capaz de realizar extraordinarias proezas. El rey lo hizo llamar y, cuando lo tuvo ante él, le preguntó:

-¿Qué proezas puedes efectuar?

-Muchas, majestad -repuso el faquir-. Por ejemplo, puedo permanecer bajo tierra durante meses o incluso años.

-¿Podrías ser enterrado por diez años y seguir con vida después? -preguntó el monarca.

-Sin duda, majestad -aseveró el faquir.

-Si es así, cuando seas desenterrado, recibirás el diamante más puro del reino.

Se procedió a enterrar al faquir.

Se preparó una fosa a varios metros de profundidad y se dispuso de una urna de plomo. El faquir, antes de ser sepultado, se extendió hablando sobre sus cualidades espirituales y morales que hacían posible su autodominio y poder. Todos quedaron convencidos de su santidad. Fue introducido a continuación en la urna y enterrado. Durante diez años hubo guardianes vigilando la fosa. Nadie albergaba la menor esperanza de que el faquir sobreviviese a la prueba. Transcurrió el tiempo convenido. Toda la corte acudió a la tumba del faquir, con la certeza de que, a pesar de su santidad y poder, habría muerto y el cadáver sería solamente un conjunto de huesos putrefactos. Sacaron la urna al exterior, la abrieron y hallaron al faquir en estado de catalepsia. Poco a poco el hombre se fue reanimando, efectuó varias respiraciones profundas, abrió los ojos, dio un salto y sus primeras palabras fueron:

-¡Por Dios!, ¿dónde está el diamante?

FIN






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[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 21 de octubre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Idígoras y Pachi en El Mundo; Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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viernes, 20 de octubre de 2017

[A vuelapluma] Nacionalismos identitarios: el cáncer que envena Europa





Los nacionalismos identitarios fueron los cánceres que envenenaron Europa, pero la inclusión de todos los ciudadanos en un mismo Estado ha logrado solucionar problemas que parecían imposibles, dice en el El País el periodista Guillermo Altares, uno de los responsables de la sección de internacional de diario y antiguo corresponsal de guerra en Afganistán, Irak y Líbano.

Toda la historia de Europa, señala al comienzo de su artículo, discurre en un sentido: la construcción de Estados donde los derechos sean políticos y, por lo tanto, correspondan a todos los ciudadanos, frente a aquellas naciones en las que los derechos dependen de la pertenencia a una idea, etnia, lengua o religión. Y no ha sido fácil llegar hasta aquí. El camino ha superado una larga sucesión de desastres y cataclismos, desde las guerras de religión en los siglos XVI y XVII hasta los conflictos que provocaron cientos de miles de muertos en la antigua Yugoslavia en los años noventa del siglo pasado. La Europa actual tiene muchos problemas, algunos con tantos ecos en el pasado como los efectos de la crisis económica o el resurgir de la ultraderecha, pero la inclusión de todos los ciudadanos en un mismo modelo ha logrado apagar conflictos que parecían imposibles de resolver.

El mundo de ayer (Acantilado), las memorias del escritor judío vienés Stefan Zweig, se ha convertido en el equivalente literario al Himno a la alegría, de Beethoven, un canto inagotable a la sabiduría de este continente, pero también una advertencia sobre la fragilidad de sus logros. Zweig se suicidó en Brasil en 1942 cuando pensaba que ya no existía ninguna esperanza para Europa y que el triunfo de Hitler era inevitable. Esto es lo que escribe sobre el nacionalismo: “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.

La frase de Zweig debe ser aplicada con cautela a la situación actual: no nos encontramos ante un asalto contra la razón y la sociedad similar al que representaron los grandes totalitarismos, no hay en Europa nada parecido a Hitler o Stalin. Pero cuando el escritor sitúa el nacionalismo como el peor de los males, como un veneno, se refiere a la exclusión que representa para todos los que se quedan fuera. Su idealización del Imperio Austrohúngaro se debe a que fue una entidad en la que pudieron vivir bajo una misma ley y unos mismos derechos pueblos, lenguas y religiones totalmente diferentes.

El derrumbe de aquel Imperio provocó el levantamiento de fronteras que siempre dejaban fuera a alguien, porque si se trazan los límites basándose en imaginarios derechos nacionales siempre hay alguien excluido —los húngaros de Rumanía o los rumanos de Hungría, los italianos y los eslovenos de Trieste y así hasta el infinito—. No hay naciones uniformes. El gran escritor austriaco era plenamente consciente de ello y por eso veía con tanto pesimismo la evolución que vivió Europa en los años treinta.

Como la de Zweig, la peripecia personal del sociólogo alemán Norbert Elias puede servir para resumir el siglo XX: veterano de la Primera Guerra Mundial, huyó de Alemania por ser judío —su madre no consiguió escapar y fue asesinada en Auschwitz—, vivió en Inglaterra, donde fue deportado a la isla de Man por ser alemán, y luego trabajó en universidades de Alemania y Holanda. Escribió un libro muy influyente, El proceso de civilización (FCE), sobre la cimentación del Estado en Occidente y la protección que, al final, daba el Estado-Leviatán a los individuos. Esta obra sirvió de inspiración a Steven Pinker para escribir Los ángeles que llevamos dentro (Paidós), un ensayo que da una visión profundamente optimista del presente ya que, mantiene, vivimos en el momento menos violento de la historia. Elias explica que Europa en el siglo XV tenía 5.000 unidades políticas independientes, la mayoría baronías; 500 a principios del siglo XVII; 200 en la época de Napoleón, a principios del siglo XIX; y menos de 30 en 1953.

Estos datos representan un resumen perfecto de lo que ha ocurrido en el continente desde que Zweig escribió sus memorias: menos Estados como solución a los conflictos nacionales. La UE nació con el propósito de compartir los recursos —el carbón y el acero—, pero rápidamente cuajó como algo mucho más ambicioso: crear una estructura inclusiva, en la que estén representados los países, las naciones y sus diferencias, pero sobre todo los ciudadanos. La historia de Europa es tan intrincada que no hay otra forma de resolver conflictos milenarios. En su libro L’invention de l’Europe, el demógrafo francés Emmanuel Todd explica que “la civilización europea actual es el producto de una síntesis, lenta y trabajosa” porque “sus pasiones, religiosas o económicas, están inscritas en el espacio”. Darle un nuevo sentido a ese espacio, que sea de todos los ciudadanos sin que importen sus pasiones (porque, no lo olvidemos, el nacionalismo es una pasión, no una realidad), es el gran logro de la UE. Y dar marcha atrás sería un error gigantesco.

Algún político insensato ha hablado de algo así como el “modelo esloveno” para el desafío separatista de Cataluña. Incluso obviando datos que no se deberían obviar —una guerra de 10 días, 70 muertos, el principio de la catástrofe yugoslava, la peor que ha sufrido Europa desde el final de la II Guerra Mundial—, es interesante recordar un fleco de aquella independencia, que refleja lo que ocurre cuando se crean Estados basados en la nación: los llamados “borrados”. Cuando Eslovenia se independizó, un 10% de la población (200.000 de dos millones) era de origen yugoslavo, se había instalado en la República más rica, pero no había nacido allí, aunque estaban integrados. Primero se les obligó a regularizarse (¡en el país en el que llevaban viviendo desde hacía décadas!) y 18.000 de ellos fueron “borrados”, eliminados de los registros como si nunca hubiesen existido. Era una conclusión lógica: en el Estado de los eslovenos, los que no lo son no tiene cabida. En un Estado plurinacional, ese problema no existe. ¿Cuándo se solucionó? Después de que Eslovenia entrase en la UE y Bruselas le obligase a arreglar tan feo asunto.

El fin de semana del referéndum ilegal, visitó España un escritor bosnio llamado Velibor Colic, autor de un libro, lleno de humor, sobre la dificultad de empezar de cero en otro país, Manual de exilio (Periférica). Bosnio de origen croata, desertó durante la guerra, estuvo en un campo de concentración del que se fugó y se exilió en Francia. Aprendió el idioma y acabó convertido en un escritor de éxito. Ahora vive en Estrasburgo, trabaja con inmigrantes (50 nacionalidades conviven en la ciudad) y contemplaba con una mezcla de preocupación e incredulidad lo que ocurría en Cataluña. Colic decía que los referendos nacionalistas los carga el diablo. Y no paraba de bromear con que su siguiente exilio sería el más cómodo y barato, porque un tranvía une Estrasburgo con Khel, en Alemania. Se inauguró el 24 de abril y cruza, por 1,40 euros, una frontera que provocó tres guerras entre 1870 y 1945. Aquel exiliado bosnio no podía entender que alguien quisiese bajarse de ese tranvía que cruza fronteras y deja atrás para siempre una triste historia, concluye diciendo Altares. Pero Puigdemont y sus secuaces de PDC, ERC, CUP y sus ἰδιώτης (idiotas) compañeros de viaje de Podemos, IU y demás mareas y meandros de la extrema izquierda prefieren volver a la era de las cavernas, en la que, evindtemente, se encuentran a sus anchas.



El tranvía que une Estrasburgo y Khel en el momento de cruzar la frontera



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[Un clásico de vez en cuando] hoy, con "Los heráclidas", de Eurípides





En la mitología griega, Melpómene (en griego Μελπομένη "La melodiosa") es una de las dos Musas del teatro. Inicialmente era la Musa del Canto, de la armonía musical, pero pasó a ser la Musa de la Tragedia como es actualmente reconocida. Melpómene era hija de Zeus y Mnemósine. Asociada a Dioniso, inspira la tragedia, se la representa ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro o una corona de pámpanos, o bien un puñal ensangrentado. Va coronada con una diadema y está calzada de coturnos. También se la representa apoyada sobre una maza para indicar que la tragedia es un arte muy difícil que exige un genio privilegiado y una imaginación vigorosa. Un mito cuenta que Melpómene tenía todas las riquezas que podía tener una mujer, la belleza, el dinero, los hombres, solo que teniéndolo todo no podía ser feliz, es lo que lleva al verdadero drama de la vida, tener todo no es suficiente para ser feliz.

Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Continúo la sección de Un clásico de vez en cuando trayendo trayendo al blog la tragedia titulada Los heráclidas, de Eurípides, que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior en una versión bilingüe en griego clásico y español. 


Eurípides (480-406 a.C.) fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles. Fue amigo de Sócrates, el cual, según la tradición, sólo asistía al teatro cuando se representaban obras suyas. En 408 a. C., decepcionado por los acontecimientos de su patria, implicada en la interminable Guerra del Peloponeso, se retiró a la corte de Arquelao I de Macedonia, en Pela, donde murió dos años después. Su concepción trágica está muy alejada de la de Esquilo y Sófocles. Sus obras tratan de leyendas y eventos de la mitología de un tiempo lejano, muy anterior al siglo V a. C. de Atenas, pero aplicables al tiempo en que escribió, sobre todo a las crueldades de la guerra. Reformó la estructura formal de la tragedia ática tradicional, mostrando mujeres fuertes y esclavos inteligentes y satirizó a muchos héroes de la mitología griega. Sus obras parecen modernas en comparación con los de sus contemporáneos, centrándose en la vida interna y las motivaciones de sus personajes de una forma antes desconocida para el público griego. 

Esta tragedia es la última del denominado ciclo de Heracles, pues en ella se narra la persecución que sufren los descendientes del héroe por parte de Euristeo, rey de Argos. Fue representada entre los años 430 y 427 a.C., momento crítico de la vida política ateniense pues ya se había producido la primera invasión del Ática por parte de los espartanos. La tragedia contiene un evidente mensaje patriótico, especialmente intenso a final de la misma al resaltar la injusticia que estaba sufriendo Atenas, salvadora de los antecesores míticos de los espartanos, en contraste con la buena fortuna de Argos, enemiga ancestral de Esparta que ahora se mantenía neutral en el conflicto.

Es la pieza más corta de Eurípides, con apenas 1055 versos. El conflicto trágico está en manos de las dos únicas mujeres que intervienen en la obra, la joven e inocente Macaria, hija de Heracles, que se ofrece voluntariamente en sacrificio para que los atenienses obtengan la victoria, y su abuela Alcmena. Ambas derraman sangre, propia y ajena, y muestran dos conductas altamente heroicas. Disfrútenla.




El sacrificio de Macaria



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[Humor en cápsuIas] Para hoy viernes, 20 de octubre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Ricardo y Gallego y Rey en El Mundo; Sciammarella, Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 




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