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jueves, 7 de mayo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Europa como medio, y no como fin. Publicada el 20 de noviembre de 2009




Una sesión del Parlamento europeo, Estrasburgo


¡Enhorabuena! La Unión Europea ya tiene su primer "Presidente" (Presidente del Consejo Europeo) estable y su primera "Ministra de Asuntos Exteriores" (Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y de Seguridad Común) reforzada: Herman Van Rompuy, democristiano, flamenco, y hasta ahora primer ministro de Bélgica, y Catherine Margaret Ashton, socialista, británica, ex-presidenta de la Cámara de los Lores, y actual comisaria europea de Comercio, respectivamente. Y el francés Pierre de Boissieu, como Secretario General del Consejo Europeo.

No comparto las críticas que ya están surgiendo de muy diversos ámbitos a esos nombramientos, sobre todo, una que me asombra por lo que tiene de poco conocimiento, de desvergüenza, o de ambas cosas a la vez. Me refiero a la que achaca a estos nombramientos un "deficit democrático", insalvable, a juicio de algunos.

Los 27 Jefes de Estado y de Gobierno que componen el Consejo Europeo han sido elegidos, todos, sin excepción, democráticamente. ¿Cómo es posible entonces achacar un déficit democrático originario a quiénes ellos eligen para presidirlos y dirigir la política exterior que ellos mismos definen?

Segunda objección: Se trata de personalidades con un perfil político "bajo". Me gustaría saber que entienden los "críticos" por un perfil político "bajo". Ángela Merkel, una democristiana protestante procedente de la recién incorporada Alemania Oriental es hoy, con toda seguridad, la líder política más valorada de la Unión Europea. ¿Alguien sabía quién era Ángela Merkel antes de ser elegida canciller de la República Federal Alemana?

Presidir Bélgica no es cualquier cosa. Hay que tener muchas habilidades políticas para dirigir el gobierno del país, con toda seguridad más complejo de gobernar de toda Europa Occidental, partido en dos por la lengua, la religión, el origen territorial, y las competencias políticas compartidas, en una confederación "de hecho" entre valones y flamencos. La Cámara de los Lores británica es una antigualla, sin duda, pero existe y funciona. Es una institución casi milenaria y no creo que su presidencia se encomiende a cualquiera.

Quizá estamos pidiendo y esperando mucho de la Unión Europea. Y creo que tiene mucho de razón el profesor británico Timothy Garton-Ash, profesor de Estudios Europeos y titular de la prestigiosa cátedra "Isaiah Berlin" del St. Anthony´s College de la Universidad de Oxford y profesor titular de la Hoover Institution de la californiana Universidad de Stanford, cuando dice que deberíamos atender más a construir Europa como "medio" que como "fin": "El próximo capítulo de Europa comienza hoy" (El País, 15/11/09).

El Estado, que no es otra cosa como definición que una sociedad organizada políticamente, nació para atender y resolver los problemas y necesidad de sus ciudadanos, especialmente, su seguridad. La tentación de ver el Estado como fin en sí mismo, y no como medio, conduce al absolutismo, primero, y al totalitarismo, después. Es una experiencia histórica contrastada.

Quien no quiera ver los enormes progresos que la Unión ha traído a una Europa que en los últimos cien años se ha enfrentado en su suelo a dos devastadoras guerras mundiales, dictaduras, experiencias totalitarias, genocidios e infinidad de guerras civiles, o es que es un cínico, o lisa y llanamente lo que en lenguaje coloquial llamaríamos un gilipollas. Para no ir tan lejos, ¿algún europeo actual desearía volver a la Europa de hace sólo veinte años? Supongo que sí, que haberlos los habrá; yo no, desde luego. HArendt



El profesor Timothy Garton Ash



La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




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martes, 14 de abril de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Una pequeña dosis de "Real politic". Publicada el 11 de octubre de 2009



El presidente de los EE.UU., Barack Obama


La mayoría de los gobiernos europeos no cree en la Unión Europea ni en sus instituciones. La mayoría de los papas, cardenales y obispos tampoco cree en Dios, a lo sumo, en la iglesia (Hans Küng, dixit, creo que con razón), pero ambos (gobiernos y clérigos) simulan creer en lo que no creen y tienden sus manos a la Unión y a Dios, respectivamente, a la hora de pedir... Yo, desde luego, en Dios no creo; en la Unión Europea y sus instituciones, sí, y así me va. Es un problema eso de la credulidad. Uno parece tonto, cuando no lo es; o se pasa de listo, y parece tonto...

Dejo los juegos de palabras para recomendarles, si no lo han hecho ya, la lectura del artículo del profesor Timothy Garton Ash en El País de ayer sábado. Se titula "Obama y Europa", y les aseguro que no tiene desperdicio. Nunca viene mal una pequeña ducha de "realismo". A los optimistas impenitentes como un servidor, les ayuda a reflexionar, profundizar en sus ideas, embridar los ánimos, y seguir luchando para conseguir lo que se pueda. Por ejemplo, evitar por todos los medios que el próximo presidente del Consejo Europeo sea ese impresentable euroescéptico, por no insultarle, de Tony Blair.

El profesor Garton Ash es británico, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford (Gran Bretaña), en la que ocupa la cátedra "Isaiah Berlin" del St. Antony´s College, y profesor de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford (EE.UU.) y comienza el artículo citado con un juego de palabras, una paradoja, mucho más interesante que el mío que dice así: "El premio Nobel de la Paz Barack Obama es el presidente más europeo que ha tenido nunca Estados Unidos. El premio Nobel de la Paz Barack Obama es el presidente menos europeo que ha tenido nunca Estados Unidos", para luego ir desgranando una a una las razones por las cuales Europa ya no es una realidad estratégica para los Estados Unidos, discursos y comunicados diplomáticos aparte, a la que miran y observan a partes iguales con respeto y desprecio, para concluir que los europeos quizá sigamos pensando que Obama es "uno de los nuestros", y en un sentido lo es, pero en otro no; y, desde luego, no va a hacer nuestro trabajo. Si los europeos queremos aclararnos las ideas, debemos aclararnos las ideas. Si no lo hacemos, Estados Unidos seguirá tratando con nosotros tal como somos, no como pretendemos ser.

Bueno, por lo menos ahora, sabemos donde estamos... ¿Se conforman ustedes con eso? ¿Prefieren ser cabeza de ratón a cola de león? Yo no, desde luego. Sigo creyendo en Europa, en la Unión, en sus instituciones y en los europeos. Y un primer objetivo es lograr que Tony Blair no la presida, por muy honorífico que sea el cargo, porque no se lo merece, porque no cree en la Unión. HArendt



El profesor Timothy Garton Ash


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martes, 28 de enero de 2020

[ARCHIVO DE BLOG] Descrédito de la democracia. (Publicada el 11 de julio de 2009)




José Vidal-Beneyto


No tengo muy claro si la democracia está en crisis. Quiero pensar que no; lo que indudablemente está en crisis es la participación ciudadana en la democracia. ¿Dónde está el falló? ¿De quién es la culpa, si es que hay algún culpable?

Dos artículos en la prensa de hoy tratan el asunto desde puntos de vista distintintos. El primero, "Democracias perplejas", del profesor José Vidal-Beneyto, director del Colegio de Altos Estudios Europeos, en París, lo hace desde la crítica al sistema de partidos imperante en Europa, con una cada día más acusada indiferenciación entre izquierda y derecha, quiebra de los valores públicos, imperio de la corrupción, nepotismo desbordado y descrédito de la instituciones. No es a quien votar, sino para qué votar, lo que exige enraizarse en la ciudadanía. Frente al descrédito de la política y al encogimiento de los políticos, dice, son los movimientos sociales y los actores sociales y societarios de base quienes deben cobrar un protagonismo principal. Y concluye pidiendo a la izquierda que más allá de la conquista y gestión del poder político, reivindique esa acción directamente popular como la vía más segura para sacar a las democracias de su atonía y perplejidad, logrando promover el progreso de los pueblos.

El segundo artículo que comento, "¿Una revolución en Westminster?" , está escrito por el profesor Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford (Inglaterra), muy crítico también con el sistema partidista y parlamentario británico, del que dice. por voz de un parlamentario laborista, que el principal objetivo de sus miembros no es representar al pueblo británico sino obtener un cargo en el Gobierno. O en otra opinión, esta vez de un diputado conservador, que se están poniendo en tela de juicio las bases mismas de la legitimidad del Estado. Circunstancias excepcionales todas ellas que, a juicio del profesor Garton, deberían propiciar un cambio en modelo constitucional de elección y funcionamiento del parlamento británico.

La cuestión es que la democracia, tal y como la conocemos en Occidente, no es posible que funcione sin partidos, y si éstos fallan, ¿a quién recurrimos?... HArendt




Timothy Garton Ash



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martes, 9 de abril de 2019

[EUROPA. ESPECIAL ELECCIONES 2019] Una oportunidad para los europeos británicos





Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Hay que dar una oportunidad a los europeos británicos, y la mejor solución para ello es un ‘referéndum de confirmación’. Sería una torpeza increíble que los líderes europeos no concedieran a los británicos la prórroga necesaria, escribe Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y Premio Carlomagno en 2017. 

Cuando los líderes europeos tomen su histórica decisión definitiva sobre el Brexit, comienza diciendo Garton Ash, no deben olvidarse de una pregunta fundamental: ¿la UE es una simple unión de Gobiernos, o es también una Europa de ciudadanos, pueblos, democracia y destino? En el referéndum de 2016, más de 16 millones de británicos votaron a favor de que el Reino Unido permaneciera en la UE. Si la ciudadanía europea fuera una condición personal y directa, y no dependiera de ser ciudadanos de un Estado miembro, la UE tendría una responsabilidad innegable hacia nosotros, los europeos británicos. Si fuéramos un país, seríamos el noveno más grande de la Unión, después de Holanda y antes de Bélgica. Y a eso hay que sumar aproximadamente tres millones de ciudadanos de otros países de la UE que residen en el Reino Unido, así como más de un millón de ciudadanos británicos que viven en otros países de la Unión. En total, más de 20 millones de europeos.

El sábado 23 de marzo salimos un millón de personas a las calles de Londres para demostrar que no solo somos europeos, sino unos europeos que apoyan firmemente la UE. Fue la mayor manifestación proeuropea de la historia reciente de Europa. En menos de dos semanas, una petición para revocar el artículo 50 ha obtenido más de seis millones de firmas, un hecho sin precedentes. ¿Los líderes europeos no nos van a tener en cuenta?

Además de los ciudadanos individuales, están los pueblos de estas islas. El Reino Unido es un país compuesto por tres naciones, Inglaterra, Gales y Escocia, y parte de una cuarta, Irlanda. Los otros 27 Estados miembros de la UE han mostrado una solidaridad impresionante con Irlanda y en contra de la imperdonable negligencia posimperial de los ingleses partidarios del Brexit. ¿Pero qué sucede con Escocia y sus 5,4 millones de habitantes? En Escocia, el 62% votó permanecer en la UE, frente al 38% en contra. ¿No recuerdan los dirigentes de Eslovaquia y Eslovenia, Letonia y Estonia, lo que es ser un país pequeño sometido a otro más grande?

No podemos olvidarnos de la democracia. Puedo entender por qué nuestros amigos europeos han reaccionado con incredulidad y burlas a la extraordinaria opereta que ha presentado el Parlamento de Westminster en los últimos meses. Ahora bien, por mucho que Donald Trump resople y asegure que la democracia británica está “prácticamente muerta”, lo que está pasando en Westminster demuestra todo lo contrario, a diferencia de lo que ocurre en el edificio parlamentario que más se le parece arquitectónicamente, a la orilla del Danubio, en Budapest. Algunos se ríen de que el presidente de la Cámara de los Comunes invoque una norma que se remonta a 1604, pero es un recordatorio de que, desde el siglo XVII, la revolución en Inglaterra ha consistido siempre en afirmar la autoridad del Parlamento sobre un Ejecutivo demasiado poderoso, desde el rey Carlos I hasta Theresa la desventurada. La semana pasada, el Parlamento consiguió recuperar el control del proceso del Brexit y arrancarlo de las tercas manos de la señora May. ¿De verdad los líderes de la UE quieren despreciar a un Reino Unido democrático mientras siguen aceptando a una antidemocrática Hungría?

Y, por último, está el destino común. La seductora visión de Emmanuel Macron de una Europa con poder suficiente para defender nuestros intereses y valores comunes en un mundo cada vez menos occidental será imposible de materializar si el poder duro, económico y blando del Reino Unido no se utiliza en ese sentido sino en contra. Y más vale no hacerse ilusiones: la consecuencia casi indudable del Brexit no será una armoniosa cooperación estratégica, sino la disonancia entre uno y otro lado del Canal.

¿Qué deberían hacer, pues, los líderes europeos con visión de futuro? La decisión tomada el mes pasado por el Consejo Europeo, después de una larga y dramática discusión, es dura pero completamente racional. Da al Reino Unido tres semanas, hasta el 12 de abril, para aprobar el acuerdo de May (en cuyo caso el Reino Unido se irá de manera ordenada, como muy tarde, el 22 de mayo) o para proponer una alternativa creíble que justifique una nueva prórroga. La lógica legal es que el 12 de abril es la fecha límite para que el Reino Unido pueda iniciar el proceso para celebrar elecciones europeas junto con todos los demás Estados miembros de la UE. La lógica política es que es una forma de obligar al Parlamento británico a decir, de una vez por todas, lo que quiere, y no solo lo que no quiere.

Después de haber votado por tercera vez en contra del acuerdo de May la semana pasada, ahora la Cámara de los Comunes tiene que llevar a cabo una serie de “votaciones indicativas” en apoyo de diversas opciones. Si la permanencia en una unión aduanera o la llamada opción Noruega Plus (quedarse en el mercado único y una unión aduanera) obtuviera una mayoría clara, y si May (o el primer ministro provisional que la sustituya) pusiera por fin el país por delante del partido y aceptara esa opinión mayoritaria y transversal, entonces solo se necesitarían unos cambios en la Declaración Política y el Reino Unido podría marcharse antes de las elecciones europeas.

La salida más prometedora tanto para Reino Unido como para Europa es la prevista en la propuesta Kyle-Wilson, así llamada por los dos diputados laboristas que la presentaron. De acuerdo con ella, debería haber un “referéndum de confirmación” en el que el pueblo británico pudiera escoger entre el acuerdo que se apruebe en el Parlamento (y que, por supuesto, se pacte con la UE) y permanecer en la UE. Para celebrar ese segundo referéndum como es debido —con la celebración de elecciones europeas en el Reino Unido a finales de mayo— harían falta al menos cinco meses, lo cual nos llevaría hasta el otoño.

Varias encuestas recientes muestran mayorías pequeñas pero cada vez mayores a favor de celebrar un referéndum y permanecer en la UE. Si la democracia británica —un Parlamento que representa al pueblo— pudiera conseguir que el Gobierno volviera a acudir a una cumbre extraordinaria de la UE prevista para el 10 de abril con esa propuesta, que incluiría el compromiso de participar en las elecciones europeas, sería de una torpeza increíble que los líderes europeos no concedieran a los británicos la prórroga necesaria para decidir si el Brexit es lo que de verdad desean.

El camino hacia esa prometedora salida del caos del Brexit sigue siendo estrecho e incierto, pero cuenta con el apoyo de muchos millones de europeos británicos y ciudadanos de la UE que viven en el Reino Unido, y muestra el debido respeto a Escocia, una pequeña pero gran nación europea. Incluso un Brexit blando sería mejor que el que nos ofrecen en la actualidad, mal concebido y a ciegas; y mucho mejor que el desastre de salir sin acuerdo. Si los líderes europeos creen en una Europa de ciudadanos, pueblos, democracia y destino común, deben dar a los europeos británicos esta última oportunidad.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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lunes, 18 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] Un año de silencio





La Unión Europea debería guardar un año de silencio, escribe en El País el profesor Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford. En lugar de llenarse de palabras con un proyecto político que pretende ser sistemático y racional, lo que debería intentarse es conservar, defender y mejorar este enorme, desastrado y vulgar hogar europeo que ya hemos construido.

¿Por qué hablan tanto?, comienza diciendo el profesor Garton, preguntó un observador indio al ver a un grupo de líderes de la UE de visita en Delhi. Efectivamente, ¿por qué? En política, las palabras siempre superan a los hechos, pero en ningún sitio tanto como en la Unión Europea. Mis estanterías se quejan bajo el peso de 40 años de discursos, panfletos, manifiestos y libros dedicados a exponer grandiosos y complejos planes para nuestro viejo continente. Yo también me quejo; muchos de mis hermanos europeos ya han perdido incluso el deseo de quejarse.

Por eso quiero hacer una humilde propuesta: en la cumbre de esta semana en Bruselas, nuestros dirigentes deberían proclamar un Año Europeo del Silencio. Y después, para las Navidades de 2018, que nos presenten un solo informe, redactado en términos claros, que cuente qué han hecho en este año. Por si no se habían dado cuenta, la UE lleva proclamando Años Europeos de tal o cual cosa desde 1983; por ejemplo, el año que viene será el Año Europeo del Patrimonio Cultural.

El problema no es solo que los líderes europeos se recreen en palabras altisonantes y vacías y prometan más de lo que pueden cumplir. Por ejemplo, la llamada estrategia de Lisboa, presentada en el 2000, se proponía convertir Europa en “la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo” antes de 2010. Los ciudadanos europeos ven el inmenso abismo que separa la retórica de la realidad y es comprensible que estén insatisfechos.

Pero, por encima de todo, es que lo que tienen en común estos discursos, panfletos e informes es un deseo de futuro, casi utópico, de que la Unión Europea sea una entidad lógica, coherente, limpia y ordenada, como los jardines de Versalles. De ahí todo ese constante hablar de arquitectura y geometría en relación con Europa. En su manifiesto personal en forma de libro, con el revelador título de Révolution, el presidente francés, Emmanuel Macron, prevé una gran ronda de consultas democráticas en todos los Estados miembros de la Unión Europea a lo largo del próximo año, que culminen en un "Plan para Europa". Ah, sí, claro, justo lo que Europa necesita: otro plan.

Ahora, el líder del SPD alemán, Martin Schulz, ha ido un paso más allá y ha declarado que necesitamos contar con unos Estados Unidos de Europa de aquí a 2015, “como muy tarde”. Los Estados miembros que no se adhieran a su tratado constitucional tendrán que irse de la Unión Europea, así de sencillo. ¿Alguien se cree que eso vaya a pasar?

Tienen razón los políticos y los periodistas al diagnosticar una crisis profunda y continuada de la polis del proyecto europeo e indicar la necesidad urgente de resolverla. Pero, al examinar con detalle las reformas propuestas, vemos que son inevitablemente complejas, porque consisten en soluciones concretas e individuales a los problemas de la eurozona, la zona Schengen, el déficit democrático, la política contributiva, las prestaciones sociales, etcétera. Y una vez que todas esas propuestas distintas, y a veces contradictorias, hayan pasado por la fábrica de salchichas de los órganos de la UE, los resultados serán todavía más complejos, fragmentados y pragmáticos.

Es interesante que Schulz diga que “el elemento fundamental” de las negociaciones de su partido para entrar en una gran coalición encabezada por Angela Merkel sea “dar una respuesta positiva” a Macron. En realidad, ante la visión del presidente francés de una eurozona federal o, al menos, en proceso de federalización, los democristianos de Merkel están dispuestos a ceder solo hasta cierto punto, y mucho menos ante los Estados Unidos de Europa que a Schulz le gustaría crear por la vía rápida, y que el posible sucesor de Merkel, Jens Spahn, ha calificado de “fantasía”. Y eso, antes de empezar con las posturas nacionales de otros 25 Estados miembros. De modo que ¿para qué elaborar otro gran proyecto futurista que nunca verá la luz y programar por adelantado una nueva oleada de insatisfacción?

Quiero hacer hincapié en que esto no es retroceder a un puro pragmatismo sin propósito ni base filosófica. Lo que sugiero es precisamente un giro filosófico: del futurismo al conservadurismo (con c minúscula). En lugar de concebir el proyecto político “Europa” como algo que siempre mira hacia adelante, hacia una vaga construcción sistemática y racional, pensemos que se trata de conservar, defender y mejorar este enorme, desastrado y vulgar hogar europeo que ya hemos construido.

En un libro publicado en 1980, el filósofo conservador inglés Roger Scruton mostró un ligero desprecio por cualquier idea de “euroconservadurismo”. Decía que el conservadurismo consiste en querer preservar y reforzar un orden social existente, no una abstracción internacional. Sin embargo, casi 40 años después, Europa se parece mucho a un orden social tal como lo define Scruton. Tenemos una serie de instituciones comunes que tienen ya una antigüedad mayor que las de muchas naciones-Estado. La mayoría de los europeos posee unos hábitos de cooperación arraigados. La mayoría comparte unos valores importantes, que afloran de manera espontánea e indignada ante la última decisión de Vladimir Putin o Donald Trump. La mayoría quiere preservar la Unión, y especialmente la libertad para trabajar, estudiar, viajar y vivir en cualquier lugar dentro de ella.

Es posible que los vínculos sociales de Europa no sean tan sólidos como los de una nación antigua, pero lo son mucho más que los una simple organización internacional. Y se han forjado de manera gradual, mediante la negociación, el acuerdo y la casualidad. Desde luego, si el gran pensador conservador Edmund Burke volviera a su Dublín natal, llegaría a la conclusión de que las complejas estructuras y costumbres de la Unión Europea se parecen más a las del Reino Unido actual, mayor y desvencijado, que a las perfectas y coherentes estructuras constitucionales de la República Federal de Alemania.

Muchos europeos tienen ya una actitud más o menos conservadora respecto a esta unión tan burkiana. Saltan a defenderla contra la marea actual de ataques nacionalistas y populistas. Quieren proteger el hogar familiar, arreglar las cañerías de la eurozona y levantar una valla de Schengen más sólida, pero no quieren volver a construir toda la casa, como insisten los pesados de los arquitectos. Y seamos sinceros: en estos tiempos oscuros, el mero hecho de mantener lo que se ha construido en Europa desde 1945 ya sería un gran triunfo.

De modo que brindemos por un nuevo amanecer del euroconservadurismo. Estoy deseando leer el informe sobre la conservación de nuestra casa europea común el próximo mes de diciembre. Mientras tanto, más valen obras que palabras.



Dibujo de Eduardo Estrada para El País


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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martes, 15 de agosto de 2017

[A vuelapluma] La maltrecha anglosajonia occidental





Vengo huyendo del Brexit para caer en Trump, y no sé cuál es peor. La locura colectiva y la autodestrucción están en el Brexit, que va a perjudicar a Reino Unido. Y en EE UU ocupa el poder un matón narcisista, misógino, indisciplinado y errático, comenta en El País Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford.

"Debe de ser usted inglés, me dice el farmacéutico de Menlo Park, California, cuando menciono al presidente Donald Trump, ¿qué tal si hablamos de cómo van las cosas en su país? A su señora May, la de Downing Street, le están dando bien los burócratas de Bruselas...", comienza escribiendo el profesor Garton Ash.

No tengo más remedio que asentir. Vengo huyendo del Brexit para caer en Trump, y no sé cuál es peor. La principal diferencia es que una es la locura de las cosas y otra de las personas. Theresa May es seca y rígida y no da la talla, pero, en comparación con Trump, parece la Madre Teresa. La locura colectiva y la autodestrucción están en el Brexit, es decir, una cosa. Cada semana hay nuevas pruebas sobre cómo va a perjudicarnos en casi todos los ámbitos y, sobre todo, entre los votantes de la clase obrera y abandonada que prefirieron la salida y que serán los más afectados por la caída, ya visible, de los ingresos reales.

Trump es uno de los pocos personajes mundiales que apoyó el Brexit, pero ahora prefiere dar la mano al presidente francés, Emmanuel Macron, que a la primera ministra británica, y ya no habla sobre las glorias futuras de Reino Unido.

Eso no significa que se haya vuelto más discreto o responsable. En la campaña vimos a un matón narcisista, misógino, indisciplinado y errático. En sus primeros seis meses como presidente, Trump ha hecho honor a todos esos epítetos. Como dijo hace poco su nuevo director de comunicaciones, Anthony Scaramucci [solo estuvo en el cargo 10 días], no vamos a esperar que un hombre de 71 años cambie.

Sigue tuiteando sin parar. Hace poco dijo que la famosa presentadora de la cadena MSNBC Mika Brzezinski estaba “loca” y tenía un bajo cociente intelectual, y contó que se había negado a recibirla en su residencia de Mar-a-Lago porque “sangraba sin cesar del lifting que se había hecho”. El comentarista neoconservador Bill Kristol se sintió obligado a responder. “Querido @realDonaldTrump, es usted un cerdo. Sinceramente, Bill Kristol”. Lo que más me gusta es el “sinceramente”. La reciente entrevista de Trump con el “debilitado” The New York Times revela su mente egocéntrica, superficial, incontinente y enferma. Al preguntarle si va a viajar a Reino Unido, no responde más que: “Ah, sí me lo han pedido”, y luego vuelve a contar su visita a París. Pues vaya con la relación especial tras el Brexit. Después de mencionar que visitó la tumba de Napoleón, dice una frase impagable: “Bueno, Napoleón acabó un poco mal”.

Hace unas semanas se dedicó a criticar a su propio fiscal general, Jeff Sessions, como si este, uno de los primeros políticos que le apoyó, de repente fuera Clinton. Todas las mañanas me despierto pensando: “¿Cómo es posible que este charlatán de pacotilla sea presidente de Estados Unidos?”. Su problema fundamental es de carácter, más que de ideología o de política, si es que tiene alguna idea o política coherente. Ahora hemos llegado al surrealista debate de si el presidente tiene derecho a indultarse a sí mismo.

La locura de una persona a un lado del Atlántico y la locura de una cosa al otro tienen varias semejanzas. El vitriolo verbal no tiene casi precedentes. Washington y Londres, acostumbradas a Gobiernos estables y eficientes, viven hoy una extraordinaria confusión. En el Departamento de Estado no se hacen nombramientos. Scaramucci acusó al jefe de gabinete de Trump de filtrar informaciones. Los ministros del Gobierno británico se contradicen unos a otros en público. En el Támesis y en el Potomac hay más soplos, meteduras de pata y cambios de opinión que en un vodevil.

No es extraño que la canciller alemana diga que el continente europeo ya no puede seguir fiándose de sus aliados del otro lado del Canal y el Atlántico. Rusia y China llegaron encantadas a la cumbre del G-20 en Hamburgo, después de que el China Daily proclamara en su portada que “en medio del proteccionismo estadounidense y el Brexit, China y Alemania se disponen a llevar la iniciativa de la globalización y el libre comercio”.

¿Estamos ante el fin de Occidente? ¿O, al menos, del Occidente anglosajón? He oído decir en varias ocasiones que la coincidencia de Trump y el Brexit anuncia ese declive histórico. El siglo XIX fue el de Gran Bretaña y el siglo XX (al menos, a partir de 1945) fue el de Estados Unidos. El neoliberalismo que dominó ideológicamente el mundo entre la caída de la URSS en 1991 y la crisis financiera de 2008 era un producto típicamente anglosajón, y es lo que provocó el malestar que los populistas han sabido aprovechar. Los que utilizan este argumento lo dicen no sin cierta alegría mal disimulada.

Pero cuidado con lo que desean. Quizá imaginan un siglo XXI posanglosajón, gloriosamente iluminado por Emmanuel Macron y Justin Trudeau. Pero hay más probabilidades de que quien se quede con los despojos sea un Xi Jinping, un Vladímir Putin o un Recep Tayyip Erdogan.

Pero, en realidad, todo esto es parte de la llamada enfermedad del tertuliano. Todavía puede haber otro futuro. El verano pasado pregunté a un distinguido politólogo estadounidense qué le parecería que Trump llegara a la presidencia, y me contestó que sería una prueba muy interesante para el sistema político del país. La semana pasada nos vimos y estuvimos de acuerdo en que, de momento, da la impresión de que el sistema de controles y equilibrios funciona. Los tribunales han bloqueado dos veces la restricción de visados de Trump. Es impensable un desafío a la independencia judicial estadounidense como el que se está planteando en Polonia. La gran tradición de la Primera Enmienda permite a la prensa libre hacer exactamente lo que previeron los fundadores del país. En política exterior hay menos controles, pero un Congreso republicano acaba de aprobar más sanciones a Rusia, Corea del Norte e Irán, y ha hecho que al presidente le sea más difícil levantarlas.

Mientras Trump no emprenda una guerra contra Corea del Norte o cualquier otra locura equivalente, Estados Unidos podrá salir de estos cuatro años de espantosa presidencia con su democracia y su reputación maltrechas pero sin daños irreparables. La democracia británica también está funcionando, con un Parlamento que quizá gane el tiempo necesario para que nos recuperemos de la locura y hagamos un Brexit blando o incluso abandonemos la idea de irnos. Los anglosajones están en horas bajas, en gran parte por sus propias locuras, pero no hay que darlos por muertos todavía.



Dibujo de Enrique Flores para El País



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HArendt






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