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jueves, 18 de junio de 2020

[A VUELAPLUMA] El factor humano



Protesta con el racismo en Nantes, Francia. Foto AFP


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 

A veces no son los buenos, afirma en el A vuelapluma de hoy [El botón rojo de la historia. El País, 8/6/2020] el periodista Jorge Marirrodriga, los que aprietan el botón rojo y cambian a mejor el mundo, aunque sea sin querer. "Cualquier cosa es posible, -comienza diciendo Marirrodriga- pero uno de los argumentos más efectivos para oponerse, por ejemplo, a una teoría sobre una conspiración a gran escala, perfectamente organizada y mantenida en el tiempo, es un pequeño detalle que, al final, es el mismo que mueve la historia: el factor humano. Está demostrado que una y otra vez son las pequeñas decisiones de alguien, tomadas por cualquier motivo —incluyendo el más absurdo—, las que desbaratan cualquier previsión, invierten cualquier estadística y cambian el devenir de muchos. Cualquier graduado en conspiración debería tener siempre en cuenta que la conciencia, la heroicidad, la avaricia, la lujuria o, simplemente, la estupidez de un solo individuo pueden arruinar cualquier cosa. Es como si en el mecanismo de la historia hubiera un botón rojo que lo cambia todo. Y que de vez en cuando, normalmente por casualidad, es pulsado.

Un ejemplo. Nadie podía prever que la decisión de suicidarse en 2010 de un joven vendedor ambulante tunecino vejado por la policía desencadenaría una avalancha que se llevaría por delante regímenes que parecían intocables, desencadenaría guerras, alteraría el mapa, generaría oleadas de millones de refugiados que a su vez influirían en la vida de otras sociedades y otros millones de personas... Claro que hay expertos que, como es habitual, han sido capaces de decirnos a posteriori que esto ya lo veían venir por la combinación de factores sociales, demográficos, económicos y geoestratégicos. Vale. Pasa constantemente. Adivinos a los que el cliente dice “buenas, vengo a que me averigüe el pasado”. Sabemos que Mohamed Bouazizi antes de prenderse fuego expresó la humillación y frustración que sentía. Excepcionalmente conocemos qué pensaba la persona decisiva justo antes de apretar ese botón rojo que tiene la historia.

Se trata de un botón traicionero. Quienes lo buscan desesperadamente porque desean activarlo y además lo proclaman abiertamente —basta ver algunas campañas electorales— normalmente no lo consiguen. Por el contrario, ese pulsador se aparece en cualquier momento ante quienes menos se espera. Y no necesariamente se trata de buenos tipos. Pueden no serlo también. Además, probablemente todos ellos, buenos, malos, inconscientes o insensatos, no sepan ni siquiera que lo están apretando.

Todavía es muy pronto para saber si además de apretar con su rodilla el cuello de George Floyd, el policía Derek Chauvin estaba apretando también ese botón rojo. Tal vez todo se quede en la enésima oleada emocional —“Todos somos Darfur, Charlie Hebdo, Barcelona, Etiopía…”— tan característica de nuestro tiempo. O quizá se produzca ese cambio radical demandado por miles, y los historiadores del futuro no tengan ni idea de la raza de quienes habitaron la Tierra en la mayor parte del siglo XXI simplemente porque fue algo que dejó de tener importancia".







La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 11 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Líderes



Parlamento europeo, Estrasburgo


Un anuncio presuntamente publicado en 1907, comenta en el A vuelapluma de hoy [Se buscan hombres. El País, 4/5/2020] el periodista Jorge Marirrodriga,  sería perfectamente válido en nuestros días: “Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito”, comienza diciendo Marirrodriga. Así rezaba un anuncio publicado en 1907 en The Times. Como ahora nada es verdad ni es mentira hay quien argumenta –y tal vez tenga razón— que el anuncio nunca se publicó, más que nada porque no ha aparecido el original y se emplea un término que desentona con el resto del texto. En cualquier caso, se non è vero, ben trovato.

El anuncio trataba de reclutar una expedición británica para atravesar la Antártida cruzando por el Polo Sur bajo el liderazgo de Ernest Shackelton. El viaje desde el punto de vista del objetivo marcado fue un desastre completo y lo que pasaron los expedicionarios dejaría como un tranquilo paseo dominical el regreso de Ulises a Ítaca. Al anuncio, tal cual estaba escrito, se dice que respondieron 5.000 personas, lo cual da que pensar que o bien la gente estaba desesperada o tal vez tenía un concepto ligeramente diferente de lo que es la propia existencia al de una sociedad como la nuestra a la que hasta hace apenas 50 días le habían bombardeado con palabras como “seguridad”, “planificación”, “rentabilidad”, “popularidad” y “éxito”.

Tal vez no estaría mal que un anuncio similar —adaptado al lenguaje de nuestros días, pero tampoco demasiado— apareciera en las pantallas de los jefes de Estado y Gobierno de la Unión Europea la próxima vez que celebren una de sus cumbres a distancia. Algo así como: “Se buscan mujeres y hombres para una situación peligrosa. Sueldo escaso, críticas extremas, largos meses de completa incertidumbre y desánimo. Desprestigio constante. No se asegura que las cosas salgan bien. Serán los verdaderos fundadores de Europa en caso de éxito”. Seamos magnánimos y aceptemos que seguirán leyendo después del “sueldo escaso”, pero viendo lo que está sucediendo es bastante probable que no pasen de las “críticas extremas” y muchísimo menos del “desprestigio constante”.

Hacen falta líderes que estén dispuestos a jugarse su carrera política para que la sociedad europea en su conjunto no salga de la crisis que ya está aquí tan tocada económicamente, dividida geográficamente y agraviada institucionalmente, que sea mejor cambiar el nombre de la UE por “archipiélago europeo”. Y no los hay. Hacen falta líderes que, donde los demás sólo ven ruinas, sean capaces de proyectar un verdadero edificio a riesgo de poner en juego su credibilidad en las encuestas y en las urnas. Y no los hay. Hacen falta líderes entusiasmados por un proyecto de progreso que transmitan ese entusiasmo a unos ciudadanos agobiados e incrédulos. Hace falta poner un anuncio".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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miércoles, 14 de marzo de 2018

[A VUELAPLUMA] Leer y escribir ya no es solo de humanos





Querido lector, escribe el periodista Jorge Marirrodriga en El País, dentro de no mucho usted no sabrá reconocer si este texto ha sido escrito por un ser humano o por una máquina. En realidad por un tiempo sí que podrá, siempre que sea capaz de detectar fallos gramaticales y ortográficos. La regla será sencilla: si hay fallos será humano. Y eso que hasta hace poco sucedía exactamente al revés. Las traducciones automáticas nos han permitido detectar sin problemas, y simplemente por la forma, la falsedad de los mails enviados por la viuda nigeriana que ponía a nuestra disposición millones de dólares con solo enviarle unos cuantos miles de euros o los escritos por la supermodelo del Este que había visto nuestro perfil “en lo Internet” y había quedado cautivada por nuestra personalidad. Pero, de hecho, eso ya pocas veces sucede.

Claro que alcanzada esa perfección, la inteligencia artificial también será capaz de introducir pequeños fallos para hacer dudar al lector. Y cuando este no pueda encontrar la diferencia ya no serán necesarios “productores de contenidos” humanos. Tal vez ese no sea un problema que afecte al lector. Pero sucede que los lectores humanos tampoco serán tan necesarios. No lo serán en absoluto. En realidad, ese proceso ya ha comenzado. Las estadísticas que constantemente suministran los medidores muestran que si usted ha llegado leyendo hasta aquí forma parte de un minoritario 30% del total de personas que empezaron este texto. Y existe una altísima posibilidad de que no llegue a finalizarlo. Al autor humano le importa pero al medidor no, porque usted ya hizo clic y con ese pequeño movimiento de un dedo ha desencadenado una maraña de mecanismos matemáticos que determinarán tanto el futuro del autor como del lector. Para el primero ya está significando un importante factor en términos de reputación profesional, lo que se traduce en condiciones de trabajo y salario. Para el segundo, en el tipo de contenidos que se le ofrecerán y, por tanto, en la aproximación a la realidad que tendrá. Casi nada.

Como prueba de lo expuesto, debe usted saber que este texto no está escrito solo para usted sino también para los algoritmos y posicionadores. Y, no se ofenda, tal vez más para ellos que para usted. Por ello me va a permitir que introduzca ahora una serie de palabras para que los algoritmos detecten el texto y lo coloquen bien. Para usted no tendrán mucho sentido, pero para ellos sí. Empecemos con palabras buscadas ayer —cuando se escribe este texto—, poco importa si por humanos o en búsquedas automáticas: Día de la Mujer 2018, Román Escolano, Franco Masini, Balkrishna Dashi. Añadamos algunas que siempre funcionan: sexo, porno, Cristiano Ronaldo, Messi, Trump. Fin de la interrupción. Volvamos con los humanos. Pero no mucho.

El proceso cada vez se acelera más. Los textos escritos por máquinas son leídos por máquinas que los posicionan en buscadores y utilizan las redes sociales para moverlos y difundirlos. Mientras usted duerme, un algoritmo habla con su perfil en función de sus clics y le envía un determinado tipo de textos, no para que los lea —al algoritmo le da igual— sino para que los pinche y los difunda. Los textos que tengan éxito entrarán en un círculo virtuoso y multiplicarán el número de difusiones. Llegamos al final. El algoritmo ha completado su lectura, aunque no ha entendido nada. La pregunta es: ¿queda algún humano por aquí?





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sábado, 16 de septiembre de 2017

[A vuelapluma] Se empieza quemando banderas y ...





El periodista Jorge Marirrodriga, comentando la quema de banderas de España, Francia y la Unión Europea por unos pirados (en el doble sentido de locos y pirómanos) de la CUP en la reciente "Diada" de Barcelona, dice que se trata de una vieja tradición ibérica y mediterránea que celebra que donde haya un buen fuego que se quiten las sonrisas. El problema para mí es que los que comienzan quemando banderas (símbolos), seguirán quemando libros (historia), y acabarán quemando personas (inquisición). Todo muy propio. Y natural, sí. No sé que otra cosa podía esperarse de ellos, aunque a mi estimado exprofesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNED, Ramón Cotarelo, le caigan pero que muy bien.

La diputada francesa Samantha Cazebonne, comienza diciendo Marirrodriga, ha protestado enérgicamente porque durante una manifestación de la Diada organizada por la organización Arran, afín a la CUP, unos encapuchados quemaron una bandera —estas cuatro últimas palabras nos hacen saltar sin poder evitarlo a los veranos de varios años atrás— francesa. Cazebonne, que pertenece al partido del presidente Emmanuel Macron La Republique en Marche, ha condenado el acto recalcando que la tricolor es “un símbolo de libertad y democracia”, y ha exigido que la quema no quede impune. En similares términos se ha pronunciado el consejero consular francés en Barcelona, Raphäel Chambat.

También ha habido críticas a la quema de la bandera española por parte de políticos españoles, todo hay que decirlo, menos escandalizados tal vez por la costumbre y sin duda más escaldados por las decisiones judiciales —la última, en abril de este precisamente sobre la Diada de 2016— que últimamente archivan estos casos. Finalmente, nótese que a la pobre bandera de Europa no ha salido nadie a defenderla, lo cual indica en su caso o bien una improbable completa prevalencia del derecho a la libertad de expresión o un probable desinterés absoluto por lo que representa. Pobres Schumann y Adenauer.

Cuando se producen estas situaciones siempre surge la eterna discusión sobre los límites de la libertad de expresión y el respeto a los símbolos. E inevitablemente hay quien invoca una sentencia del Tribunal Supremo de EE UU que permite quemar la bandera de las barras y estrellas. Como si les importara a Arran, a la diputada Cazebonne y al espíritu de Schumann lo que dijeran nueve señores con toga en Washington. En vez de centrarnos en el sujeto pasivo de la acción, la bandera, vayamos con el activo: el fuego.

Cantaba Serrat aquello de “qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo” y es ciertamente muy Mediterráneo y muy ibérico acabar las reuniones en las que sube la temperatura —festiva o no— con un buen fuego quemando algo o a alguien. En esto tenemos una arraigada tradición común en la Península y en la ribera del Mare Nostrum. Da igual que ardan Roma, la biblioteca de Alejandría, retratos de gobernantes en El Cairo, ninots en Valencia, contenedores de basura en Zumaia o los cuernos de un toro en Sant Jaume d’Enveja. Ya lo decía Séneca: el fuego prueba el oro. Y también prueba otras cosas.

Ese fuego prueba, por ejemplo, que hay quienes, desde el interior del proceso catalán, no creen en esta revolución de las sonrisas que se proclama a diario desde la Generalitat. Quemar unos símbolos —aunque, o porque, se consideren ajenos— como si fueran Alice Cooper en la pira no es precisamente algo festivo. Hay quienes, como la diputada Cazebonne, ven en esos trozos de tela abrasados —y otros similares— símbolos de libertad y democracia y quienes, como decía Tolstói, cuando cruzan un bosque sólo ven leña para el fuego, termina diciendo.





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martes, 1 de agosto de 2017

[A vuelapluma] ¿Humanos o cíborgs?





El control comenzará por un pequeño objeto del tamaño de un grano de arroz, poniendo chips a trabajadores voluntarios, pero el final será otra cosa, comenta en El País Jorge Marirrodriga, licenciado en periodismo por la Universidad de Navarra, que ha trabajado en lugares tan diversos como Roma, Bruselas, Buenos Aires, Kosovo, Irak, Afganistán, Gaza, Cisjordania, Israel o Siria, entre otros, y que desde 2009 es uno de los responsables de la Edición Global de ese diario, refiriéndose a la posibilidad, ya más que real,  de que un futuro casi presente haya seres formados por materia viva y dispositivos electrónicos.

Una empresa estadounidense, comienza diciendo, ha anunciado que va a implantar un chip a 50 de sus empleados. Se trata, asegura la compañía, de facilitar la vida a los trabajadores, quienes solo deberán acercar la mano para abrir puertas de seguridad, encender sus ordenadores o comprar café en la máquina, por ejemplo. Y esto es solo el principio, claro. Todo son ventajas, aunque ahora veremos para quién. Además, todos los implantados reciben voluntariamente el chip —que es parecido al que le ponemos al perro y tiene el tamaño de un grano de arroz— y es un sistema que ya se ha llevado a cabo antes en una empresa de Suecia y en otra de Bélgica.

Explica el antropólogo israelí Yuval Noah Arari que la introducción de la tecnología robótica en el cuerpo de las personas tendrá como primer efecto la creación de dos clases de personas y a la larga dará lugar a otro tipo de especie que, en el mejor de los casos, nos mirará por encima de hombro a los Homo sapiens. Y recemos para que no tengan otras ideas respecto a nosotros. Siguiendo los ejemplos de Arari, pensemos en las piernas y brazos robóticos que se fabrican para personas que carecen de piernas y brazos. Se trata, sin duda, de un ánimo loable. Cuando estas extremidades estén muy perfeccionadas —y no queda mucho—, nos preguntaremos por qué no pueden beneficiarse de ellas, no solo quienes no tienen un brazo o una pierna, sino, por ejemplo, aquellos con dolencias o dificultades en sus manos y pies. Y luego ¿por qué no quienes desempeñan trabajos que exigen fuerza para descargar o para caminar? Y luego ¿por qué no los ancianos que tendrían así una fuerza y resistencia superiores a las de otra persona sin implantes? Y finalmente ¿por qué no cualquiera? En este punto se produce la gran cuestión: ¿qué sucederá cuando los humanos se dividan entre aquellos que tienen una fuerza y resistencia descomunales en brazos y piernas, independientemente de su edad, y los que no? ¿Cómo pensarán los primeros respecto a los segundos y viceversa?

Del mismo modo, concluye diciendo, cabe legítimamente preguntarse qué sucederá cuando en vez de una tarjeta de acceso y un apretón de manos, el trabajador sea recibido en el departamento de personal de una compañía con una inyección que le introduzca un chip. Con ella podrá no solo pagar el café, sino cobrar la nómina, identificarse en reuniones propias y ante otras empresas, dejar registro de todos sus actos... ¿Por cuánto tiempo será voluntario? ¿Cómo se valorará a quienes no acepten la inyección cuando la mayoría de empleados de las empresas, voluntariamente, tengan chips en sus cuerpos? Sí, ahora los raros son los del chip, pero recordemos a los raros del móvil en la playa hace apenas 20 años ¿No es acaso ahora el raro aquel que no tiene teléfono móvil?m El salto final vendrá cuando la Administración del Estado decida aplicar el mismo sistema para identificaciones, impuestos, registros o trámites. Todo estará en el chip: tarjetas, carnés, formularios, registros médicos, expedientes académicos, multas... Hora de implantarse unas piernas robóticas y salir corriendo.



Dibujo de David Mercado para El País



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