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miércoles, 8 de julio de 2020

[NUESTRA EUROPA] Sola





Europa debe abandonar su autoculpable minoría de edad y emanciparse, caminar sola sin lazos de dependencia con EE UU y afrontar las contradicciones del mundo [Cuando el Dragón estornuda. El País, 20/6/20], afirma la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán 

"Cada orden, sistema o jerarquía -comienza diciendo Martínez-Bascuñán- es el resultado de una correlación de fuerzas disonantes, un equilibrio que quiebra cuando algo externo entra en la balanza. Por ejemplo, nos guste o no, el irrebatible ascenso de Asia es una enmienda al actual orden establecido, aunque la suicida insistencia en dinamitarlo de sus fundadores, nuestros viejos amigos anglosajones, sea una ayuda inestimable. Estamos tan embebidos en nuestras propias coordenadas que ni siquiera lo vemos. Nos parece que todo a nuestro alrededor es Occidente, y el resultado es que no tenemos ni idea de dónde estamos. Dice el politólogo Andrés Malamud que “uno de cada cinco seres humanos que habitan la Tierra es chino, otro indio y otro africano: los otros dos son de todo el resto de Asia, Europa, América y Oceanía”. Ese es nuestro lugar, pero “no nos damos cuenta porque a nuestro alrededor son todos occidentales”. Queremos que el mundo se adapte a “nuestro orden” y por lo visto eso debería bastar para que Asia asienta y consienta.

Nuestra falta de perspectiva explica la soberbia con la que nos pronunciamos sobre el mundo, la ilusoria pretensión de que el aterrizaje del gigante asiático en el orden global sea conforme a nuestras coordenadas. En la Eurocámara, conservadores, liberales y verdes compartían esta semana la misma visión de las cosas. Los primeros alertaban contra la amenaza china a nuestra identidad; los liberales, más atentos a la perspectiva ideológica, hablaban de la quiebra del imaginario democrático en el mundo; los verdes se referían a la amenaza a los derechos humanos del régimen de Pekín. Los tres acertaban, pero sus críticas legítimas no son sino subterfugios para no mirar de frente el estado de las cosas: Europa está sola en el mundo y nuestro peso es, cuando menos, relativo.

El problema es que Occidente ya no existe como bloque, pues ha dejado de operar coordinadamente al perder el liderazgo norteamericano. Asia crece mientras Occidente se deshilvana como unidad política, una desaparición acelerada por la malformación democrática del populismo de Trump y del Brexit, síntomas agudos de un mal mayor. La pregunta para Europa, ahora que somos solo una parte de “los occidentes”, es la siguiente: ¿cómo mantener y afirmar valores universales reconociendo la alteridad asiática? Para responderla, deberíamos abandonar esa irritante mezcla naif y soberbia que reflejaban esas intervenciones en nuestro Parlamento Europeo. La salida, aun en pleno despertar de la geopolítica, solo puede ser, paradójicamente, kantiana: Europa debe abandonar su autoculpable minoría de edad y emanciparse, caminar sola sin lazos de dependencia con EE UU y afrontar las contradicciones del mundo. Desarrollar esta nueva mirada adulta sobre el mundo implicará transparencia, reciprocidad y cooperación, pero también dejar de temblar cada vez que el Dragón estornude".



La politóloga Máriam Martínez-Bascuñán


La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 16 de marzo de 2020

[A VUELAPLUMA] Leviatán



Dibujo de Diego Mir para El País


"Circula estos días un tuit de la Embajada de China -afirma en el A vuelpluma de hoy lunes ["La vuelta al Leviatán". El País, 15/3/2020] la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán- con una fotografía donde vemos al doctor Jiang Wen Yang tumbado, “exhausto y aliviado”, en una cama. “Mañana este último hospital improvisado estará cerrado para siempre”, leemos. La imagen no es casual, sino una carga medida en la línea de flotación de un debate que oímos hace tiempo como un rumor de fondo, y que emerge ahora como un corcho durante esta pandemia. Volvemos la mirada a la geopolítica condicionados por la cruda competición entre EE UU y China, que enfrentan sus modelos antagónicos de organización social y política. Quien gane la batalla definirá el estado de la autoestima de Occidente y nuestro rol en el mundo, con una Europa que, en su papel de débil escudero, se ve sometida de nuevo a una difícil prueba de estrés después de años vanagloriándose de haber hecho sus deberes tras la crisis del 2008. Ahora lo veremos.

El titánico dilema se enuncia así: ¿es preferible un régimen autoritario y eficaz como el chino, capaz de contener con firmeza una pandemia o, por el contrario, confiaremos en que EE UU y nuestras democracias puedan hacerlo sin tratar a la ciudadanía como un simple rebaño? Formulado así es un debate engañoso. En realidad, Trump es un cisne negro, una aberración democrática, y China no es solo autoritarismo, sino la encarnación del superestado. La pandemia pone, de hecho, sobre la mesa, la tensión clásica entre democracia y Estado: nuestra capacidad de volver al Leviatán, al poder duro y articulado del Estado. No se trata solo del número de camas que la sanidad ponga a disposición de los enfermos: hablamos del aparato de seguridad, de la capacidad de proteger a la ciudadanía.

Mantener un Estado eficiente, dice Fukuyama, es difícil cuando “los políticos solo piensan en sus carreras, lo que hace que el Estado no funcione del todo bien en su obligación de ofrecer servicios y bienes sociales”. Es ahí, precisamente, donde radica nuestro drama frente a una China que “no creó la democracia, pero inventó el Estado moderno”, añade el pensador japonés. La verdadera enmienda al Occidente de los últimos 30 años es esa: minusvalorar el Estado y dejar que la lógica económica de su minimización impregnase todas las capas de la sociedad. Ahora, cuando un gigantesco game changer en forma de virus cambia las reglas del juego, veremos si la descarnada vuelta al Leviatán puede aprovecharse por el progresismo para explicar la necesidad de un Estado fuerte, capaz de articularse a nivel transnacional y crear una auténtica soberanía europea, o en su lugar abriremos la puerta al refuerzo de las tesis autoritarias, a la lógica del poder duro del tecnoautoritarismo chino. Porque no luchamos solo contra un virus. Atentos a la batalla entre órdenes políticos y a su reorganización interna. El juego acaba de empezar".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





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lunes, 13 de enero de 2020

[DE LIBROS Y LECTURAS] Hoy, con "El naufragio de las civilizaciones", de Amin Maalouf



El escritor Amin Maalouf


El escritor libanés Amin Maalouf lamenta en su último ensayo el colapso al que se dirige un mundo marcado por el repliegue identitario y asegura que no evitaremos el naufragio de la humanidad. 

Últimamente, no hay un solo día en que a Amin Maalouf (Beirut, 70 años) no le venga la misma imagen a la cabeza: un moderno transatlántico, considerado insumergible, avanza inexorablemente hacia el naufragio. Y los pasajeros somos todos nosotros. Lo cuenta el escritor y Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2010 en su último ensayo, El naufragio de las civilizaciones (Madrid, Alianza, 2019), en el que defiende que el fracaso de Levante —su región natal y cuna de las tres grandes religiones monoteístas— en articular un proyecto de coexistencia se sitúa, al menos parcialmente, detrás del violento repliegue identitario en el que se encuentra hoy inmerso el planeta.

"No sabemos de qué forma, pero el naufragio tendrá lugar", sentencia en una entrevista con El País en la sede de Casa Árabe de Madrid, donde este miércoles [octubre de 2019] mantendrá un encuentro con el periodista Guillermo Altares. Siguiendo con el símil marítimo, Maalouf lamenta la ausencia de un capitán que dé un golpe de timón a este Titanic ("miro a los líderes del mundo y me inquieto", admite) y la diferente velocidad entre los avances científico-tecnológicos de las últimas décadas y la "evolución de las relaciones entre las comunidades humanas".

Pregunta: Comencemos por la actualidad. Las protestas de estos días en Líbano, ¿son justo una prueba del fracaso de ese modelo de país del que habla en el libro?

Respuesta: Es evidente. Es un fracaso que viene de lejos. La gente tiene el sentimiento de que han sido robados, expoliados, de que hay una clase política incompetente y corrupta que les utiliza. Y tienen razón. La cuestión es saber en qué va a desembocar. No lo sé. Espero que produzca dirigentes que vengan de todas las comunidades, con una visión diferente. Siempre es más difícil para un movimiento espontáneo producir un liderazgo que expresar la cólera.

P.: "Las luces de Levante se apagaron. Luego las tinieblas se extendieron por el planeta. Y, desde mi punto de vista, no se trata de una simple coincidencia", dice en El naufragio de las civilizaciones. ¿Por qué esa centralidad de Levante?

R.: Es una región altamente simbólica. Es el lugar de nacimiento de las grandes religiones monoteístas. La región a la que miran cristianos, judíos, musulmanes. Si hubiera un ejemplo de coexistencia entre las comunidades locales, habría difundido al mundo entero un sentimiento constructivo, positivo. Y el hecho de que el mundo entero mire a Levante y vea cómo esas comunidades se masacran, no pueden hablar unas con otras y se odian de forma permanente... eso difunde al mundo algo extremadamente negativo, destructor. La influencia de Levante en el resto del mundo va mucho más allá de su peso económico o estratégico.

P.: Y no es optimista...

R.: No lo soy. Con el conflicto israelí-árabe ha habido momentos en que parecía que podíamos llegar a una solución, con los Acuerdos de Oslo [1993] y, lo más reciente, el discurso de Obama en El Cairo [2009], en el que expresó una visión de un Oriente próximo reconciliado que desgraciadamente no ha ido más lejos. Hoy tenemos la sensación de que no va a haber solución para la región. Los problemas van a seguir agravándose, así que es difícil ser optimista.

P.: ¿A qué se debe esa mirada diferente que se da hacia un país como Alemania y hacia el mundo árabe que menciona en el libro?

R.: Muchos pueblos pasan por periodos en los que tienen comportamientos que van contra lo que han mostrado en otras épocas históricas. Para Alemania fue el periodo del nazismo. Desde el mundo árabe han emanado en las últimas décadas comportamientos que, a mis ojos, no son la emanación natural de su historia. Y espero —y aquí formulo más una esperanza que una predicción— que un día el mundo árabe pueda superar el periodo actual. En el mundo árabe hay una tradición de coexistencia que nunca ha sido perfecta, ni en Al Andalus ni en ningún sitio, pero comparado a lo que había en el resto del mundo en la misma época era completamente honorable. Mi familia, que es cristiana, ha podido vivir durante siglos en un mundo en su gran mayoría musulmán. Si hubiese sido un musulmán de Sicilia, no habría podido quedarme siglos en mi pueblo.

Desgraciadamente, ha habido un retroceso mientras se avanzaba paralelamente en el resto del mundo. Occidente, que no había tenido necesariamente una actitud de tolerancia evidente, se ha convertido en mucho más tolerante; y el mundo árabe, que era relativamente tolerante, lo ha sido cada vez menos. Y el diferencial se ha convertido en algo extremadamente chocante.

Cuando miramos desde Occidente lo que sucede en el mundo árabe o musulmán, se tiene la sensación de que siempre ha sido así. En los últimos años ha habido un endurecimiento, una evolución hacia más intolerancia y más fanatismo, pero si eso ha cambiado, puede volver a hacerlo. El péndulo puede ir en la otra dirección. Es absurda la idea de que es una fatalidad.

P.: En su descripción, el mundo parece una especie de niño mimado que, justo cuando tiene todas las posibilidades técnicas para llegar a una edad de oro, se mueve hacia el lado contrario

R.: El mundo se ha desarrollado científica y técnicamente a una velocidad acelerada. Y esta evolución tendría que haber ido acompañada de una evolución paralela de la manera de gestionar las relaciones entre las comunidades humanas, en lo que ha habido un estancamiento, un retraso. Es bastante comprensible, pero no era inevitable. Cuando la evolución va muy rápido, no siempre tenemos el tiempo de adaptarnos intelectual y socialmente. Hay factores que han retrasado la toma de conciencia y la adaptación al cambio. Lo que ha pasado en Levante ha desempeñado un papel. Pero también la caída del Muro [de Berlín] y el comportamiento de Estados Unidos, que no ha construido verdaderamente un nuevo orden que funcione.

P.: ¿Y por qué es ahora más pesimista, justo cuando venimos del siglo de las dos guerras mundiales, del Holocausto...?

R.: Es verdad que hay mucha menos violencia en nuestro siglo que en el anterior. No lo dudo ni por un instante. Pero la diferencia es que en nuestro siglo hay una verdadera posibilidad de salir de una cierta manera de vivir la historia y construir algo diferente, porque la humanidad hoy tiene la necesidad de construir una visión diferente de sí misma. Soy más duro con este siglo porque tenemos posibilidades que no teníamos antes. Y es una pena malgastarlas. El mundo de hoy es completamente diferente y es normal que esperemos de él otra cosa que lo que nos pudo dar el siglo XX.

P.: ¿Por qué ve este periodo oscuro "destinado a durar", como señala en el libro?

R.: Porque, cuando miro a mi alrededor, no tengo la impresión de que haya una verdadera toma de conciencia. Miro a los liderazgos en el mundo y me inquieto. En Estados Unidos, Inglaterra, India, Brasil, Turquía... Estamos en un mundo un poco inquietante, en el que no hay mecanismos para salir de las crisis. Nadie tiene autoridad moral. No hay ninguna gran figura, ideología común, gran país que ejerza verdaderamente una autoridad moral. Nadie. El mundo va mal y acabará por salir de este periodo de turbulencias, pero supondrá tiempo, esfuerzo y sufrimiento.

P.: ¿Quién podría ser el capitán del barco?

El capitán del paquebote de la humanidad estos últimos treinta años tendría que haber sido Estados Unidos. Y ha fracasado. El copiloto ideal habría sido Europa, y no se ha dado a sí misma los medios para ello. En realidad, no hay capitán. Mi sentimiento es que no evitaremos el naufragio. Tendrá lugar, no sabemos en qué forma. No hay una toma de conciencia que permita evitarlo. Por ejemplo, en la cuestión climática se habla, habla, habla, y se finge, pero en realidad no se hace nada que pueda realmente evitar la deriva que ha comenzado. Es un cambio cosmético, mediático, sin nada de profundidad.

P.: ¿A qué se refiere cuando habla de naufragio?

P.: mNo sé qué forma puede tomar. Puede estar vinculado a las perturbaciones climáticas, puede haber cosas extremadamente graves. O a la carrera armamentística, que un día produzca efectos que den miedo a la gente. Puede ser también una gran crisis económica.

Hace unos años Amin Maalouf nos hablaba de que nuestra civilizaciones se agotan en sus libros El desajuste del mundo y en Identidades asesinas, y aportaba las razones de ello: la desconfianza generalizada hacia el "Otro", la xenofobia, la intolerancia política y religiosa, el populismo, el individualismo y la insolidaridad del nacionalismo, el racismo... Hoy en día Amin Maalouf nos habla ya directamente de un "naufragio inminente". No hay añoranza en sus palabras de un pasado mejor, solo le preocupa el futuro de esta época desconcertante, el porvenir de las nuevas generaciones, que pueda desaperecer todo aquello que ha dado sentido a la aventura humana hasta el presente. Tampoco se deja llevar por el pesimismo ni quiere predicar el desaliento. Solo hace una llamada lúcida a la responsabilidad colectiva, dejando entreabierta la puerta de la esperanza a que el mundo vuelva a orientarse, ya que como escribió en su novela Los desorientados: "Más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación".

Cuando los espectaculares avances tecnológicos de nuestros días, puede leerse en la contraportada de El naufragio de las civilizaciones, nos han facilitado el acceso universal al conocimiento, que vivamos más y mejor, que el "tercer mundo" se desarrolle..., y que por primera vez se podria conducir a la humanidad hacia una era de libertad y progreso, el mundo parece ir en direccion opuesta, hacia la destrucción de todo lo conseguido. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? En el libro de Maakouf están algunas de las claves de ello. Los Reyes Magos me lo trajeron el pasado lunes y esta misma tarde he terminado de leerlo. Espero que podamos seguir hablando de él... A mí me ha resultado fascinante.





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